Conversar
con Juan Carlos Suñén es hacer un viaje a la profundidad del significado de
cada palabra. Es de esos diálogos que uno no quiere que se terminen, seguiría
preguntando, excavando con el pico y la pala de las preguntas y reflexiones
para ir explorando en la sabiduría de un escritor consagrado.
Poeta madrileño
(1956), además de fundador y director de la revista El Crítico y de la Escuela De Letras. Hay que añadir a su extensa
publicación de artículos sobre crítica, poesía y estética su gran obra poética
que con la publicación de “La Habitación
amarilla” (Bartleby Editores, 2012) asciende a diez libros. En el recorrido
que comenzó con “Para nunca ser vistos”
(Ediciones libertarias, 1988) hasta su último libro, Suñén ha sido galardonado
entre otros premios con el Rey Juan Carlos (1991) y el apreciado Premio de
Poesía Francisco de Quevedo (2004). Actualmente vive en Magaz de Abajo, una
pequeña localidad de la comarca del Bierzo, dedicado a la escritura.
Una inspiración
constante, llena de abundancia para los lectores que amamos la poesía y
especialmente para los que empezamos tímidamente en este camino de letras.
Durante la conversación hablamos sobre la poesía, de los tópicos que rodean a
este género, del ingenio y de la inteligencia, del riesgo y el placer y de la
disciplina del poeta.
“La habitación amarilla” su último libro, ha sido la causa de esta conversación,
por la experiencia que produjo en mí su lectura. Más que nunca, se percibe la
poesía en esta obra como “un lenguaje
para hablar con el lenguaje… y de ese diálogo surge un objeto tercero: el
poema”.
Es un
libro para lectores atrevidos, sin miedos, arriesgados a experimentar el placer
de la lectura de una poesía tan extensa como esta, que produce una experiencia
intensa, dejándote llevar por el torrente de palabras que encontramos en esta “habitación”.
Una lectura muy recomendable de un autor imprescindible. Sí por lo menos si
queremos alejarnos del ingenio barato, de la crítica que obedece a la estadística
y de la incoherencia.
Aquí os
dejo esta conversación, que como las mejores canciones, que siguen resonando en
nuestra memoria, en la mía aún continúan sus respuestas en modo reflexivo. Todo
un lujo.
G.Z:
Poesía, ese estilo de transmitir a través de la palabra parece que rige su vida. Decía Aristóteles
que la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía de suceder y Pio
Baroja afirmó que el hombre poetiza todo lo lejano. Cuando Juan Carlos Suñén
escribe poesía ¿se siente más cerca de lo lejano o pretende poetizar la vida y
sus historias?
J.C.S.:
Ni Aristóteles ni Baroja se referían exactamente a lo que en esta conversación entenderemos por poesía, y tampoco a lo mismo.
El filósofo hablaba de una ficción ejemplarizante, el novelista de una mistificación
ingenua. La poesía es un lenguaje para hablar con el lenguaje (no “del”
lenguaje: a menudo de la memoria de la materia, a veces de la materia de la
memoria) y de ese diálogo surge un objeto tercero: el poema. El poema no es
poesía, sino la ficción resultante de ese diálogo (y conviene que no
confundamos ficción con fantasía). Pero la memoria, la experiencia, es un lugar
en el que las distancias no son fijas. En cualquier caso mi intención nunca es
“poetizar” nada, como si hubiese un resultado previo que luego “se pasa a
poesía”. El poema debe ser indistinguible de su significado.
G.Z:
¿Por qué cree que a los lectores les cuesta
conectar con este género literario más que con otros? ¿Hay tantas
creencias en nosotros que no nos permiten acercarnos a la poesía, a la belleza?
Los tópicos que rodean a este género son muchos, ¿no cree?
J.C.S.:
Los tópicos, en efecto, son muchos: el del lector, el de la belleza… El lector,
por ejemplo, se ha convertido en un colectivo singularmente difuso cuyas opiniones
y preferencias obedecen a una medida estadística. Comprenderá usted que ese
lector me importe muy poco. En cuanto a la belleza, es algo más que
arrobamiento: es lucidez, autonomía, coherencia, pulso... Pero de todos los
tópicos que rodean a la poesía, el peor es el del poeta.
G.Z:
¿El poeta se hace o nace? ¿Se considera antes poeta que autor?
J.C.S.:
Admitir que se nace poeta es como creer en horóscopos. Sin embargo he leído esa
afirmación, incluso, en algunos libros de texto (que deberían de ser inmediatamente
retirados por afirmar lo indemostrable). Estoy por decirle que los únicos
poetas que nacen poetas son los malos, que por culpa de esa tontería ni
corrigen ni estudian. Nacer poeta suena tan mal como nacer rico. Sobre lo de
considerarme una cosa (poeta) antes que la otra (autor), le diré que me parece
muy conveniente que el autor de un libro de poemas sea, por lo menos, escritor;
si además es poeta, mejor para todos.
G.Z: Cuando escribo poesía hay veces que
siento que lo que sale es más bello cuando estoy conectado con las cualidades
innatas del ser humano como el amor, la paz… Además de estar sumergido en una
conciencia lingüística que capacita mi mente a recibir más palabras. ¿Su mejor
cosecha ha surgido cuando estaba en su mejor momento personal en la vida? ¿Hay
una conexión directa entre el estado de ánimo que pueda tener y la poesía que
escribe? ¿Se puede escribir algo liviano estando en la oscuridad?
J.C.S.:
La poesía es transcripción del movimiento anímico. Pero sólo es sincera si se
elabora sin excesiva pasión, con la serenidad suficiente para garantizar la intimidad
y la claridad de criterio. Uno escribe, desde luego, movido por la adversidad,
la agitación o incluso la zozobra; pero debe proceder cerebralmente. Antes dije
que se trataba del producto de un diálogo (con el lenguaje) y, como en todo
diálogo, hay que tomarse un tiempo para escuchar.
G.Z: He
leído de usted la siguiente afirmación que me gustaría que desarrollara: “el
ingenio en la poesía es el peor sustituto de la inteligencia”. Cuando lo leí me
quedé un poco descolocado, la verdad.
J.C.S.:
El ingenio no es enemigo de la inteligencia, si es eso lo que le descoloca;
pero a menudo es una especie de falsificación de la misma. Lo vemos a diario en
los debates televisivos, y constantemente en las mal llamadas redes sociales.
Cuando usted me ha preguntado que si “se puede escribir algo liviano estando en
la oscuridad”, yo podría haberle respondido que en la oscuridad no hay forma ni
de encontrar un lápiz. Habría sido ingenioso, no inteligente; claro que usted
me lo habría perdonado, porque esto no es un poema. Últimamente leo mucha
poesía ingeniosa, pero le agradecería que no me pida ejemplos.
G.Z:
Entonces; ¿de qué disciplina está constituido el poeta?
J.C.S.:
De geometría y de temblor.
G.Z:
¿Se considera un poeta exigente con el lector?
J.C.S.:
Me gustaría tener lectores exigentes.
G.Z: La
lectura de su libro “La habitación amarilla” me ha producido una experiencia intensa,
como si estuviera en un torrente, dejándome llevar. He sentido mucha
incertidumbre ante esa realidad poliédrica que comenta. ¿La incertidumbre es
imprescindible para que la imaginación este en constante movimiento? ¿Cómo se
siente ante la incertidumbre que se nos presenta en la actualidad?
J.C.S.:
El asunto del libro tiene mucho que ver con la aceptación de lo otro, de esa
corriente imparable de significación que nos rodea y nos cuestiona. La vida no
es posible sin esa turbulencia, y quizás sea tan sólo llegar a aceptar esa turbulencia
(ese “torrente” como usted bien dice); pero la escritura literaria (en general
el arte, la representación de esa deriva) es duda (y la certidumbre no es más
que una duda urgentemente aplazada). Ni siquiera tengo la certeza de que la
incertidumbre sea imprescindible para escribir, lo que sí sé es que es el
elemento que el escritor debe introducir en la ecuación. La incertidumbre crea
mundos. En cuanto a esa “incertidumbre actual” a la que se refiere, me parece
que está escandalosamente mal repartida para ser verdadera incertidumbre, creo
que es injusticia.
G.Z:
¿Qué esconde en la habitación amarilla y qué debe de encontrar el lector en
ella?
J.C.S.:
Todos nacemos y morimos en la habitación amarilla: materializa aquello de lo
que la rodeamos o a aquello con lo que nos obligan a rodearla. Si el lector
quiere encontrar algo en ella, será su propia conciencia; pero no como
voluntad, sino como testigo. La voluntad es un personaje (excepcionalmente
definido, y necesario, pero un personaje) de ese testigo, y su función (me
parece) es sostenerlo por encima del miedo.
G.Z:
Este poemario me da la sensación que ha sido el resultado de un desafío entre
la habitación amarilla y usted. ¿Ha supuesto muchos desafíos “La habitación
amarilla”?
J.C.S.:
Es un poema largo y complejo, cuya escritura no ha sido fácil. ¿Desafío? Siempre
lo hay: el que la memoria le lanza permanente a la conciencia, el que el objeto
le lanza constantemente al testigo. ¿Personal? Todos los poemas lo son; pero sí:
admito que, quizás, en este caso, he estado caminando más cerca de la muerte de
lo que solía hacerlo…
G.Z:
Para acabar Sr.Suñén tengo dos preguntas, una de ellas la tengo que hacer ya
que ha sido una de mis reflexiones en esta habitación. Parece que dentro del
contexto que vivimos y así he sentido con el agua y “sus hablillas”, que uno si
no arriesga no experimenta placer. Esa fina frontera entre el riesgo y el
placer parece que está muy presente y cada vez más. ¿Usted lo siente así?
J.C.S.:
El placer no nos conoce, el riesgo sí. Mediante el riesgo hacemos propia, en
cada caso, la fatalidad del placer. Entiendo que hablamos del placer como de la
recompensa que mata al deseo; y también que usamos la palabra “riesgo” con el
mismo significado: elección. Cuando elegimos, desobedecemos (no se puede elegir
obedecer). En “La habitación amarilla” se desobedece al fracaso haciendo hogar
del exilio y estableciendo un perímetro en cuyo interior hay que hacerse las
preguntas verdaderas, las que realmente importan; y se desafía a una vida
distinta con dificultades distintas, a un relato que dé otro sentido al proceso,
que lo ordene para nosotros y lo sosiegue hacia el futuro. Ese relato es lo que
convierte el placer en compromiso y el deseo en destino. También es lo que nos
separa del animal: la muerte no distingue entre animales y hombres, así que
hemos de hacerlo nosotros; hemos de aprender a morir (ese es el resumen del
relato). Perdóneme si parezco esotérico, le aseguro que no lo soy.
G.Z.: Por
otro lado, saber qué piensa sobre el papel de la poesía en la actualidad y los
retos que se le presentan a este género literario junto al avance tecnológico y
la manifestación de las nuevas formas como la Biopoesía, Metapoesía, la poesía
ecologista etc…
J.C.S.:
No creo que a la poesía la rete nadie. Usted habla de otras peleas: papel
contra electrónica, y cosas así. En cuanto a las “tendencias”: no todas esas
formas son nuevas, ¿verdad? “Poesía eres tú” ya era metapoesía; aunque sólo hace
unos pocos años que pudimos sugerirlo. A menudo lo nuevo es el adjetivo nominal,
y los que se aplican a la poesía no son más asunto de la poesía misma que de
las fluctuaciones en el paradigma (científico, moral) de la sociedad que la
produce. Me parece bien que la poesía quiera ser ecologista (aunque confieso
que lo encuentro algo redundante); y espero sinceramente que el ecologismo no
se vuelva demasiado “poético” (porque me consta que ese calificativo suele
querer decir, para la mayoría, “no realista”). Los poemas pueden cambiar, deben
hacerlo y lo harán, sin duda. Y es bueno que los jóvenes coincidan con su
escritura, la de su tiempo, en un país que ha sufrido verlos escribir como
viejos después de haber estado a la vanguardia de la imaginación. Pero por
mucho que cambie el poema la poesía no estará en riesgo. Ha cruzado muchas
épocas y aún más estéticas, y ha conocido distintos soportes antes de ahora
(algunos tan poco sólidos como la frágil memoria humana); siempre tuvo dificultades,
y hasta enemigos, pero siempre sobrevivió, incluso a Auschwitz. La poesía es un
procedimiento vital.
G.Z.: Un
placer (sin riego alguno) y gracias por esta conversación. Ahora me retiro de
nuevo a mi habitación amarilla.
J.C.S.:
Es usted muy dueño. Gracias, y hasta otro rato.